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Por Sam Fulwood y Melissa Boteach
El Rev. Martin Luther Jr. cambió su enfoque en los últimos años de su vida hacia una meta audaz, pero alcanzable: terminar con la pobreza en los Estados Unidos.
En su libro, Where Do We Go From Here: Chaos or Community?, Kingopinó que Estados Unidos tenia que cambiar su actitud y dirección hacia el tratamiento de sus ciudadanos pobres. El razonó que como la pobreza no conocía fronteras raciales, él no podía limitar su llamada de atención a la acción legislativa que sólo ayudara a los afroamericanos.
“En el tratamiento de la pobreza nacional, un hecho se destaca,” escribió King en 1967. “Hay dos veces más blancos pobres que [negros] pobres en Estados Unidos. Por eso no me concentraré en las experiencias de pobreza que se derivan de la discriminación racial, pero discutiré la pobreza que afecta igualmente a blancos y [negros]”.
Esto fue un cambio radical—y no popular—para el pastor quien es mejor conocido por impulsar el voto, empleo, vivienda, y otros derechos civiles para los afroamericanos. En este punto de su carrera, durante lo que sería los últimos meses de su vida, estaba ampliando su campo de visión en su búsqueda de dar fin a la pobreza entre todos los estadounidenses.
Es apropiado a medida que pausamos y celebramos el día feriado nacional de este año en memoria del cumpleaños 81 de King, de recordar la importancia de su última lucha a la actual pugna contra la pobreza.
Los más recientes datos sobre la pobreza del 2008 revelan a un Estados Unidos donde cerca de 40 millones de personas—ó 13.2 por ciento de estadounidenses—viven en la pobreza, y cerca de uno de cada tres, ó 31.9 por ciento, luchan para sobrevivir con ingresos por el doble del nivel de pobreza.
Claras disparidades raciales persisten en los datos. De la misma manera que durante la época que predicaba King, más blancos que negros o latinos viven en pobreza en términos absolutos. Pero los negros y latinos desproporcionadamente sufren de privación material. En 2008, el 8.6 por ciento de blancos vivían en la pobreza, comparado al 24.7 por ciento de negros y 23.2 de latinos. Se esperaba que los datos empeoraran significativamente para 2009, un año durante el cual el creciente desempleo ha puesto a muchas familias al borde de la inestabilidad económica.
Los afroamericanos e hispanos están también más afectados que los blancos estadounidenses en cuanto a las tasas de desempleo y salarios. La tasa de desempleo para hombres blancos mayores de 20 años fue del 9.8 por ciento en diciembre 2009, pero para hombres negros mayores de 20 años alcanzó casi el doble al 16.9 por ciento, y para hombres latinos era un alto 12.8 por ciento. Figuras del Bureau of Labor Statistics para 2008 reportan que la ganancia típica media para trabajadores de sueldo y salario de tiempo completo era de $742 para estadounidenses blancos, pero sólo $589 para afroamericanos y $529 para latinos, subrayando la necesidad de encarar las disparidades raciales incluso mientras intentamos erradicar la pobreza y crear empleos para todos los estadounidenses.
Estos números representan una afrenta a nuestras sensibilidades morales, al igual que a nuestro interés económico y competitividad nacional. El Center for American Progress difundió un informe en 2007 mostrando que sólo la pobreza infantil le cuesta a Estados Unidos $500 mil millones al año en productividad perdida, costos de salud más altos, y gastos en el sistema de justicia. Necesitamos del liderazgo nacional de nuestro gobierno para encarar sistemáticamente este problema creciente.
Hace aproximadamente 40 años, King entendió que los esfuerzos nacionales anteriores para poner un fin a la pobreza tenían por obstáculo un fundamental desentendimiento del ámbito del problema:
A pesar de que ninguno de estos remedios [asistencia para vivienda, mejoramiento de lugares de educación, asistencia de ingresos] por si mismos son defectuosos, todos tienen una desventaja fatal. Los programas nunca han procedido de una manera coordinada o a un similar ritmo de desarrollo. Las medidas para la vivienda han fluctuado de acuerdo a los antojos de legisladores. Han sido poco sistemáticas e insuficientes. Las reformas educacionales han sido aún más lentas y enredadas en obstrucciones burocráticas y en decisiones dominadas por la economía. La asistencia familiar se estancó en la negligencia y después, repentinamente, se convirtió en un asunto central como base de estudios imprudentes y superficiales. Como consecuencia, las reformas fragmentarias e irregulares no han podido alcanzar las necesidades más profundas de los pobres.
Las observaciones de King siguen siendo ciertas más de 40 años después de su muerte, pero 2010 es el año del cambio.
El candidato Barack Obama apoyó durante su campaña la meta de reducir la pobreza a la mitad en diez años. La campaña Half in Ten está abogando para que la administración traduzca ese compromiso a un objetivo gubernamental que pueda derrumbar silos a través de todas las agencias gubernamentales, involucrar a los sectores privados y públicos, y promover soluciones transversales y mejor coordinación.
Podemos empezar por asegurarnos que las propuestas de creación de empleo impulsen a las comunidades más afectadas. La última recuperación económica mantiene el dudoso honor de ser la primera en récord en donde las tasas de pobreza crecieron y los ingresos medios cayeron a pesar de las crecientes ganancias y productividad. El Congreso debería tomar tres pasos claves para evitar que esto se repita y asegurar que los pobres, las minorías y otras comunidades tradicionalmente vulnerables tengan la oportunidad de participar en la recuperación económica.
Primero, el Congreso debería invertir en la creación directa de empleos que aborden las necesidades descuidadas de comunidades. Hay una necesidad inmensa de trabajadores que pueden proveer servicios de cuidado médico y actualizar las viviendas; hay vecindades donde la infraestructura deteriorada está en necesidad de modernización y nueva construcción. El Congreso puede hacer que la gente vuelva a trabajar y a la vez abordar las necesidades no cumplidas entre las comunidades que sufren más en esta recesión financiando directamente trabajos en éstas y otras áreas, invirtiendo en programas de servicio nacional, y otorgando recursos para programas de trabajos de verano.
Segundo, cualquier estrategia sólida para reconstruir la economía reconocerá que nuestras inclinaciones morales respaldan nuestras metas económicas. Economistas alrededor del espectro ideológico demuestran que ayudando a los trabajadores y las familias más vulnerables a través de cupones de alimento, extensiones de beneficios de desempleo y de salud COBRA, y créditos reembolsables de impuestos impulsa el tipo de demanda económica que mantiene a los pequeños negocios abiertos y se extiende por toda la economía.
Finalmente, la ayuda a los estados y las localidades recupera sentido como estrategia para prevenir más perdidas de trabajo y recortes en los servicios. Si el Congreso no actúa, 900,000 trabajadores adicionales no podrán subsistir y habrá más recortes a los servicios que sostienen a las comunidades en EE.UU., incluyendo las comunidades étnicas.
King incitó al Southern Christian Leadership Conference a finales de 1967 a llevar el movimiento de los derechos civiles en otra marcha en Washington, D.C. Pero a diferencia de la marcha que llevó a cabo cuatro años antes del que fuera el escenario donde dio su discurso memorable, “Yo Tengo Un Sueño”, King planeaba brindar un discurso que sería dirigido a las “olas de los pobres y desheredados del país” y dirigir a grupos de personas pobres de todas las razas en la primavera del 1968 para demandar “al menos trabajos o ingresos para todos”.
King nunca dirigió esa marcha, ni dio un discurso definido y singular sobre la pobreza. Su asesinato en 1968 dejó ese vacío. Aun así, King dejó obras que revelan que entendió el contexto esencial de la pobreza en Estados Unidos y los beneficios que seguramente derivarían de su extinción.
Es más, King habló claramente de la realidad que continúa afectando a la sociedad estadounidense 40 años después de su muerte. Al igual que a finales de la década de los sesenta, las prolongadas y pronunciadas disparidades económicas raciales y la pobreza arraigada entre todas las razas se mantiene como una fuente de fricción e inestabilidad en los EE.UU. del siglo XXI.
El candidato Obama expresó similarmente la necesidad de enfrentar la pobreza durante su histórica campaña presidencial. Ahora el Presidente Obama tiene una oportunidad importante para cumplir esa promesa al articular e implementar una meta nacional para rebajar la tasa de pobreza en EE.UU. a la mitad entre 2010 y 2020, empezando con una estrategia de creación de empleos para impulsar a las comunidades más afectadas.
O como lo diría King, “La maldición de la pobreza no tiene justificación en nuestros tiempos… Ha llegado la hora para que nosotros comencemos a civilizarnos por la total, directa, e inmediata abolición de la pobreza”.
Sam Fulwood es un Miembro Senior y Melissa Boteach es Dirigente de Half in Ten para American Progress.
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